Bienvenido a la isla de Ávalon...

jueves, septiembre 27, 2007

El rey Schahriar y su hermano el rey Schahzaman




Cuéntase que una vez existió un rey entre reyes. Su reino era Sassan.
Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres y por eso le querían los habitantes del reino. Llamábase el rey Schahriar. Su hermano, llamado Schahzaman, era el rey de Samarcanda. Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con honestidad durante más de veinte años. Cierto día el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. Así lo hizo y tras notificar al rey Schahzaman el anhelo de su hermano, dispuso los preparativos de la partida y salió en demanda de las comarcas de Schahiar. Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio apresuradamente, y encontró a su esposa tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal cosa, el mundo se oscureció ante sus ojos.
Desenvainó inmediatamente su alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.


Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, se regocijó de tener allí a su hermano. Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: "Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea". Y el otro respondió: "¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!" Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa.
El rey Schahriar le dijo: "Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu". El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fue solo a la cacería.


Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey Schahzaman vio cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza. Llegados a un estanque, se desnudaron, y se mezclaron todos.
Y súbitamente la mujer del rey gritó: "¡Oh, Massaud!" Y en seguida acudió hacia ella un robusto esclavo negro, que la abrazó. Ella se abrazó también a él, y entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó. A tal señal todos los demás esclavos hicieron lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo, sin acabar con sus besos, abrazos y copulaciones hasta cerca del amanecer. Al ver aquello, pensó el hermano del rey: "¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra". Inmediatamente, dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: "¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!" Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.


A todo esto, el rey, su hermano, volvió de la cacería y el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida.
Se asombró de ello, y dijo: "Hermano, hace poco te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa". Tras dudar unos instantes, Schahzaman relato a su hermano lo que había vivido antes de su encuentro y que esa había sido la razón de su semblante abatido. "En cuanto a la causa de haber recobrado mi buen color, dispénsame de mencionarla" .


Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: "Por Alah, te conjuro a que me cuentes la causa de haber recobrado tus colores". Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto había visto. El rey Schahriar dijo: "Ante todo, es necesario que mis ojos vean semejante cosa". Su hermano le respondió: "Finge que vas de caza, pero escóndete en mis aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos lo contemplarán". Así lo hizo, y cuando vió estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano: "Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a nuestra vida". Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera. En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.


Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un genio de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza...


¿Os habré complacido lo suficiente y gozaré de vuestro favor, para proseguir mañana con el relato?

miércoles, septiembre 12, 2007

única...


Hoy leyendo las palabras de un excelente bloguero, Dr.J, muchos ya le conocéis http://doctorjota.wordpress.com , me han dado que pensar. Escribe sobre el afán de protagonismo.


He intentado reflexionar sobre ello. Así, de entrada, no me considero una persona que requiera constantemente atención. Es más, incluso me hace sentir incomoda. Imagino que el haber sido una niña/adolescente muy tímida, deja un rastro en la madurez.


Repaso situaciones y parcelas cotidianas…
Cuando me encuentro rodeada de mi gente, me gusta compartir pero no monopolizar. En el trabajo, estoy en la sombra. Quien debe reconocer mis méritos, ya lo hace y eso me basta. En reuniones, celebraciones y eventos varios, “estoy”. Hay que estar, sin pretensiones, para que tu ausencia la noten algunos, y no que la aplaudan todos.


Sigo repasando…
Y sí, di con ello. Pues resulta que hay una situación en la que no me siento a gusto con el papel secundario. Un escenario en el que reclamo atención absoluta. En la que estoy ahí y lo hago saber. Un contexto en el que todo el interés que se respire venga dirigido a mí. La diana de las atenciones.
Yo colmaré deseos, si en este devaneo de dos, y aunque sólo sea un instante, me siento única.

lunes, septiembre 03, 2007

Me gusta besar...



Sí, así tal cual.

Aunque tal vez, no sea del todo correcto. ¿Debería decir que me gusta que me besen?

Si bien… no sé que prefiero.

Cierto que es una labor de dos, pero a veces es muy gratificante dejarse hacer.

Concentrarse en sentir los labios que rozan los tuyos. Percibir el calor a pequeños sorbos. Un ofrecimiento a la dulzura.
No obstante, alguien dijo que siempre es mejor dar que recibir… Tampoco lo descarto. Humedecer los labios y regalar caricias húmedas…
Minuto, tras minuto, hora tras hora… dulces, tiernos, apasionados, fugaces, intensos.
Existen bocas tan apetecibles que debería ser pecado no besarlas. Y miradas que convierten tus labios en objetos de deseo.

¿dónde será el próximo, tal vez en el cuello?